Rodocrosita - Piedra nacional argentina

09.11.2012 12:30

Rodocrosita - Piedra nacional argentina

 

Rodocrosita es la Piedra Nacional Argentina, su nombre deriva de dos palabras griegas: Rosa y color. Antiguamente se la llamaba Dialoguita o Espato Manganoso, luego fue conocida por Rosa del Inca, porque formaba parte del imperio Inca, en lo que es ahora el noroeste argentino. Durante el imperio del Inca Viracocha se descubrió esta piedra rosa. Cuando los Incas se retiraron, la mina donde se extraía fue abandonada, hasta que en 1938, el alemán Franz Manfiel la redescubrió, rebautizándola a la Rodocrosita como Rosa del Inca o Rosainca. Aún hoy los indígenas de los Andes creen que la sangre de sus antepasados se convirtió en esta piedra roja. Su coloración rosada, es una de las mas llamativas del  mundo.

Se presenta preferentemente en capas o costras de estructura bandeadas, con superposición de bandas rosadas de distintas tonalidades, de claras a oscuras, de textura fibrosa, y separadas entre si por un material blanco a blanco grisáceo (mezcla de carbonatos varios de Calcio, Magnesio, Hierro, y con una muy baja concentración de Manganeso). Estas bandas rosadas, son comúnmente onduladas o rectas, y a veces se presentan en forma mamemolar. Son raros y muy buscados los cristales romboédricos chatos y perfectos de 3 a 5 milímetros de largo, de color rosado a rosado claro, los cuales suelen estar formando drusas. Es de destacar, también, la presentación en forma de estalactitas, en las cuales se observa las diferentes capas en forma fibro-radial y concéntrica. Una estalactita puede estar formada por varios centros de crecimiento, rectilíneos o curvos, de un desarrollo de hasta 30 cm y un diámetro de 2 a 8 cm y más.

La mineralización es de origen volcánico, y se localiza en una chimenea volcánica, compuesta de riolita, tobas y brechas y se encuentra en las SIERRAS CAPILLITAS, pertenecientes al Nevado de Aconquija, provincia de Catamarca, Argentina, a 3200 metros de altura sobre el nivel del mar.

 

La leyenda de la “Rosa del Inca”

El templo de las Ajllas, vírgenes sacerdotisas de Inti, se levantaba imponente a las orillas del lago Titicaca. En ese recinto, en donde el sol y la luna se encontraban una vez al año para fecundar las mieses, irradiar la luz y hacer brotar las aguas, sólo se abría para que salga la sacerdotisa que el Inca elegía para prolongar la pureza de la raza. Huairacocha había inaugurado allí el reino de la diosa Pachamama.

En un lejano día, el invencible guerrero Tupac Canqui se atrevió a cruzar el espejo del lago sagrado, escaló los altos farallones que guardaban el recinto y la curiosidad lo llevo a profanarlo. En ese lugar descubrió a la hermosa Ñusta Ajlla. Apenas se vieron, se enamoraron perdidamente pero las leyes del Inca eran muy rígidas. Los amantes huyeron hacia el sur para salvar la mies de las nueve lunas. El Tihuanco temblaba de ira y de tropeles armados de chasquis y guerreros que buscaban el castigo para reparar la ofensa a la casa del Inca. Pero a pesar de la persecución, no podía alcanzar a Tupac Canqui y a su amada Ñusta, porque ellos andaban muy lejos. Rodando sierras habían llegado hasta las proximidades de los salares del Picanaco.

En el suelo de Andalgalá, bajo su sol y su cielo, fructificó su amor fuerte y valeroso, hecho de sacrificios y lágrimas, de amor y de ilusión. Y de ese amor nacieron muchos hijos, descendientes de los aimaraes y fundadores de los pueblos diaguitas.

Si bien las leyes del Inca no alcanzaron a los enamorados, se cumplió el maleficio de sus hechiceros ya que la muerte le llegó a Ñusta, que fue enterrada en la cima de una montaña cercana. El viejo guerrero, transido de dolor por el amor perdido para siempre, se acostó una noche a dormir el sueño milenario de la piedra. El perfil de su silueta legendaria aún puede verse al anochecer, a la hora en que el sol y la luna se encuentran en las montañas del poniente: es el gigante dormido que a la vez infunde temor y admiración.

Un pastor de Andalgalá que se encontraba arreando vicuñas fue el primero que volvió al lugar donde estaba enterrada la Ñusta y con gran asombro vio que entre los peñascos que habían tapado aquel cuerpo, la piedra había florecido en pétalos de sangre que formaban rosas, pintando de ese color la dura superficie. Tomó una de esas rosas hechas de gotas de sangre petrificada, de la lejana tierra andalgalense, para ofrecérsela al Inca. Al recibir la piedra, la mano del indómito guerrero tembló de emoción al recuperar a la dulce india, a quien las generaciones habían ya perdonado, erigiéndola en mártir del amor.

Desde ese momento, trozos de esa piedra, bautizada Rosa del Inca, adornaron el cuello de las princesas del Tihuanaco, como expresión del perdón, de fidelidad y sacrificio, como símbolo del amor grande y verdadero.